Otín busca la felicidad en Libroviedo arropado por cientos de personas

Fuente: La Nueva España

El investigador de la Universidad de Oviedo presentó su obra, escrita en su «eclipse del alma» después de que su mente «estallara en mil pedazos»

Carlos López Otín llenó el pasado 11 de mayo de felicidad y de paz la plaza de Trascorrales. El bioquímico hizo realidad esa hipérbole de que hay literatura salvavidas. Su obra «La vida en cuatro letras», le ayudó a salir de ese «eclipse del alma» en el que se sumió hace un año el investigador. Otín ha reconocido en más de una ocasión que llegó a pensar en quitarse la vida.

Al científico de la Universidad de Oviedo, reconocido internacionalmente, se le vino el mundo encima hace un año. «Tenía todo lo que necesitaba y de un día para otro perdí mi propósito de vida», confesó. Ese propósito, el «Ikigai» de la filosofía japonesa, era ayudar a las personas desde la investigación científica, pero desapareció.

«Mi eclipse fue una historia de hombres y ratones», dijo. Y lo desarrolló. «En veinticuatro horas, de un día para otro, perdimos 6.000 ratones que habíamos modificado genéticamente durante veinte años». Todo ese trabajo se perdió y Otín confesó que aquel día «mi mente estalló en mil pedazos y conocí el lado más oscuro de la vida».

Investigador de prestigio, con éxitos que mejoraban la vida de la gente, con importantísimos descubrimientos sobre el cáncer y el envejecimiento acelerado, y todo eso no servía para nada. No era suficiente para tener ese «Ikigai», ese propósito de vida, entendido lejos de la ambición, con el que ponerse en marcha cada día. El «Ikigai» había muerto con los ratones. Otín se sentía acosado, amenazado y ofendido y todo estalló. Necesitaba un exilio interior y exterior. Se refugió en una isla y después se fue a trabajar a París, en ese tiempo escribió su obra salvavidas, «La vida en cuatro letras», de la que ayer firmó decenas de ejemplares. Otín es, además de un magnífico orador, un maestro de la didáctica y la divulgación. Un hombre que por sus conocimientos científicos sabe que la vida son cuatro letras (A, C, G y T) combinadas de determinada manera. «Todas las historias de vida proceden de unas moléculas muy simples construidas con esas letras, desde una bacteria hasta el organismo más complejo», dijo.

Ahora, Otín intenta entender la felicidad en términos moleculares y lo primero que debe saber el ser humano es algo tan simple como que la vida viene de la vida y que existe la muerte. «No hace falta invocar a nada sobrenatural para explicar el origen de la vida», aseguró el científico antes de explicar que «la vida sin la muerte no tiene sentido». Lo dijo el científico, «las células tienen dieciséis formas de suicidarse, y un científico tiene que admitir la necesidad de la muerte para no replicar defectos».

Otín no promete la felicidad, pero muchos de los que ayer asistieron a su presentación en Libroviedo se levantarán esta mañana buscando su «Ikigai».

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